lunes, 20 de mayo de 2013

Marisa de Hulk (ficción corta)

La vida de Marisa era bastante rutinaria, y a decir verdad, un poco aburrida aunque ella no lo notara. Se levantaba por las mañanas muy temprano, y a dos cuadras de su casa iba a trabajar todos los días, incluidos los feriados, su jefe era un señor gordo, peludo, muy glotón, con cara de bulldog que la esperaba a diario a la entrada del lugar y con la excusa de darle la llave controlaba que sea perfectamente puntual, si llegaba un minuto antes o uno después daba lo mismo, le descontaba un cuarto del sueldo.
"No hay una puta radio que pase algo bueno" comentario repetitivo en el transcurso de su largo día, junto con los mas conocidos que eran "hola, qué va a llevar?", " x $ ", "el vuelto" y "gracias", su cara se iba desfigurando con el correr de las horas y de ser una chica joven dulce y hermosa comenzaba a parecerse a la abuela gruñona del increíble Hulk. El cansancio le brotaba por las manos y el encierro apretaba su garganta lo que hacía que sus ojos se vuelvan saltones y colorados. La furia se apoderaba de su ser cerca de las siete de la tarde cuando veía que la gente ya se iba a sus casas y a ella le esperaban tres largas horas mas dentro de la casita de dulces que devoró a Hansel y Gretel. Se pensaba a sí misma como una máquina expendedora de golosinas y latas pero a simple vista era una linda kioskera que hacia contraste con las mujeres recontra retocadas por la industria de la estética que paseaban sus perritos junto a sus cirugías plásticas que parecía seres sobre salientes de sus bocas y otras partes. Marisa pensaba en ponerse botox algún día cuando su sueldo le alcanzara para algo mas que la comida, el alquiler, los impuestos, etc.
Tres años después, consiguió ahorrar una gran cantidad de plata y la invirtió en su tan anhelada toxina butulínica. Figúrense que a este altura de su vida  ya estaba completamente convertida en la abuelita del super heroe verde. Un anochecer Marisa preparo sus guantes de latex, su barbijo, lentes de esos de laboratorio, prendió la ventilación del local y comenzó con su operación. Colocó una pequeña porción de la sustancia en cada chocolate, caramelo, gaseosa, alfajor...todo lo que pudo encontrar a su alrededor.  Al día siguiente atendió normalmente al público y a las siete en punto cerró el local, llevó la llave a su jefe, se la dejó al porteo del edificio con una torta que ella misma había preparado junto a una carta que decía "que disfrutes del pastel, salí a buscarme si podes". Era tan ingeniosa que en el papel había puesto un poco de ántrax que le dieron de vuelto cuando compró el botox.

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